miércoles, 8 de junio de 2011

Un plato que se come frío


Llegó a casa con Emma, luego de pasar una semana de “vacaciones” para revivir la relación. Al abrir la puerta del apartamento encontraron todo revuelto y al cruzar el umbral, la sombra de alguien pasaba desde la habitación hacia el baño. Andrés fue a revisar, mientras preguntaba en voz alta ¿Quién anda allí?

Emma seguía parada, donde la dejó Andrés, paralizada de miedo y excitada al mismo tiempo. De pronto el sonido de un disparo la sacó de sus pensamientos de venganza. Pocos segundos después, Andrés se dirigió a la sala con la camisa manchada. El disparo del atacante misterioso había entrado por el pecho y de la herida salía una cantidad impresionante de sangre. Emma corrió a su lado para sostenerlo entre sus brazos y decirle algo, pero era demasiado tarde. Andrés había dejado de respirar. Ella sintió terror y alivio. Por fin habían vengado la muerte de su hermana gemela, Sara.

Sara y Andrés tenían varios meses saliendo y estaban por comprometerse, o eso era lo que ella creía, pero él escondía algo que ella descubriría muy tarde.

Andrés amaba a Emma, secretamente, desde la secundaria y ella nunca se había fijado en él. Sin embargo, Sara le demostraba de todas las formas posibles que lo quería en su vida para siempre. Comenzaron a salir porque Andrés creyó se que enamoraría de ella por su parecido con Emma, pero no fue así. Era difícil distinguirlas a simple vista, pero eran polos opuestos.

Al poco tiempo, Emma y Andrés comenzaron a verse a espaldas de Sara. Tenían encuentros sexuales en medio de la sala de sus padres, mientras ellos estaban con Sara en la habitación contigua; callejones desolados, teatros, frente a desconocidos, en cualquier lugar. Andrés era el nuevo juguete de Emma y no lo iba a desaprovechar. No solo le gustaba hacer con él lo que quería, también le excitaba de una forma increíble estar con el novio de su hermana.

Sara siempre había sido la preferida y, aunque la amaba, Emma no soportaba que la trataran como la oveja negra de la familia.

Andrés ya no sabía qué hacer para quitarse a Sara de encima. Planeó encontrarse con ella cerca de un río ubicado en las afueras de la ciudad. Sara creyó que, por fin, Andrés le pediría matrimonio; lo que no sabía era que la iba a torturar para luego lanzarla al río. Para Andrés, Sara solo era un estorbo entre él y Emma.

Emma había seguido a Andrés a una distancia prudente y presenció el asesinato de su hermana. Lloró noches enteras a escondidas y decidió que haría algo para vengar su muerte. Andrés se volvería loco porque ella se encargaría de llevarlo al límite.

Emma se vestía con la misma ropa que llevaba Sara el día que Andrés la asesinó y se le aparecía en las noches, lo perseguía por toda la ciudad, le dejaba mensajes amenazadores, colocaba fotos por todos lados. Andrés nunca sospechó de Emma porque, según ella, se había ido a otro país para olvidarse de lo que había pasado con su hermana.

Meses después, él fue voluntariamente a un hospital psiquiátrico. Emma fue a buscarlo el día que le dieron de alta y se fueron juntos durante una semana a una cabaña. Andrés durante su estancia en el hospital descubrió que, por su bien, debía separarse de Emma para siempre. Cuando regresaran al apartamento iba a fingir su muerte y escaparía para no regresar jamás.

Cuando Andrés se metió en la ducha, luego de una tarde de sexo salvaje para recordar viejos tiempos, Emma tomó el celular y llamó al último número marcado. Al otro lado de la línea estaba el asesino que Andrés había contratado, minutos antes, para fingir su muerte. Conversó con el asesino por diez minutos y al colgar la llamada apareció una sonrisa macabra que desencajaba con su rostro angelical cubierto por una larga cabellera roja como el fuego.

Al llegar al apartamento Andrés hizo todo lo planeado con el asesino horas antes, pero lo que él no sabía era que Emma lo había contactado para que usara balas de verdad.

El disparo del atacante misterioso había entrado por el pecho y de la herida salía una cantidad impresionante de sangre. Emma corrió a su lado para sostenerlo entre sus brazos y decirle algo, pero era demasiado tarde. Andrés había dejado de respirar. Ella sintió terror y alivio. Por fin habían vengado la muerte de su hermana gemela, Sara.


martes, 7 de junio de 2011

El hombre de mis sueños


Mis primeras palabras al despertar hoy fueron: “¡Oh, por Dios! Tenía como 5 años sin soñarlo.”

Es un sueño de amor – odio con el hombre de mi vida. Es algo raro el sueño porque él y yo ya teníamos una historia que nunca conocí, pero sé que lo marcó por su comportamiento hacia mí. Lo que haya sido, hacía que nos odiáramos y nos amáramos al mismo tiempo, eso era innegable.

En el sueño voy vestida como una de las heroínas de Luis Royo. Él ha cambiado mucho con el paso de los años, pero es su cara. La reconozco, aunque haya pasado de ser un niño a ser un hombre hecho y derecho. Es de cabello muy oscuro, ojos claros que tienen una mezcla entre gris, verde y que a veces cambian a azules; una mirada profunda que hace que te pierdas en un mar de pensamientos. Tiene una estatura promedio, espalda ancha y brazos delgados, pero definidos. Su torso no está marcado, pero tiene unas piernas que reflejan su fuerza. Su boca es carnosa y tiene un labio inferior de esos que provoca morder.

Todo empieza con una pelea por algo que nunca supe, pero era evidente que estaban atacando el lugar donde vivía. Yo estaba en el suelo, arrodillada en la tierra, mientras miraba la terraza de un tercer piso, mi cuarto. Tuve que subir por la pared exterior a pulso. Algunas veces contorsionándome para llegar a alguna piedra que me ayudara a subir, aunque no se me hizo difícil.

Llegué a esa terraza y cuando miré hacia el cuarto me di cuenta que tres hombres buscaban algo con desespero, como si sus vidas dependieran de encontrarlo o no. Me incorporé de un brinco y salté hacia un escalón que separaba el cuarto de la terraza. Cuando mis pies tocaron el piso, levanté la mirada y lo vi. Mi corazón se aceleró de una forma increíble. La razón de ello no era lo que acababa de hacer para entrar allí, sino el hecho de que nuestras miradas se cruzaran por unos breves segundos que, para mí, parecían una eternidad.

Los tres hombres al verme, salieron corriendo del cuarto y llegaron hasta la mitad de las escaleras que conectaban los dormitorios con el resto del… ¿palacio? Brinqué nuevamente y pude agarrarlo por el hombro, mientras sacaba una espada de mi cinturón y gritaba que nunca conseguirían lo que buscaban. Forcejeamos hasta llegar al cuarto nuevamente. Un escalón nos hizo tropezar y caer sobre mi cama, justo el lugar donde quería tenerlo en ese momento, porque claramente lo ponía en desventaja. Yo estaba sobre él y le apretaba el cuello con fuerza, mientras mi otra mano levantaba la espada para mandarlo al otro mundo con un solo movimiento.

Allí estábamos juntos de nuevo en esa cama que tenía tantos recuerdos, pero esta vez era diferente. Yo podía sentir el color rojo de mis mejillas que ardieron por el odio que le tenía. Allí estaba yo con la espada a pocos centímetros de su garganta debatiéndome entre el amor y el odio que sentía por él. Lo que él sentía no era muy diferente. Me odiaba de igual forma y no le interesaba lo que yo hiciera porque quería acabar con esos sentimientos. Me gritaba una y otra vez que lo matara y yo comencé a bajar la guardia ante su mirada.

Estando allí a punto de morir por mis manos me gritó que tenía años sufriendo por haberme amado y que nunca más volvería a hacerlo. Lo único que él quería era acabar con mi existencia y con cualquier rastro de mi paso por su vida. Mi corazón saltó nuevamente y una lágrima negra comenzó a rodar por mi mejilla al escuchar que pensaba exactamente lo mismo que yo. En un impulso, que no pude controlar, pose mis labios sobre los suyos para besarlo por última vez. Si ambos íbamos a morir, qué importaba hacerlo una vez más.

Quise besarlo con ternura para que supiera que yo aún lo seguía amando. Al juntar los labios pude escuchar claramente la pelea de mis guardias con sus compañeros, que en cualquier momento llegarían para matarme al ver que él estaba indefenso bajo mis piernas, y lo besé con fuerza… como si el mundo fuera acabar en ese momento, como si besarlo fuera la razón de toda mi existencia. Él intentó con todas sus fuerzas rechazarme. Yo podía sentir su la lucha interna porque era exactamente la misma que yo había tenido pocos segundos antes. Al final decidió ceder y me besó con una pasión que ambos desconocíamos hasta ese momento.

Le dije que lo amaba con un grito ahogado. Escuché un alboroto en la entrada del cuarto y sentí que algo frío me atravesaba desde la espalda a la altura del corazón. No entendí lo que pasaba hasta que vi su mirada. ¿Era tristeza lo que reflejaba? ¿Cómo podía estar triste si por fin estaríamos juntos? Las lágrimas comenzaron a salir de esos ojos que tanto amaba. Tomó mi rostro entre sus manos, acercó mi oído hasta sus labios y me dijo “Te amo. Nos veremos pronto”. Me apretó con fuerza contra su pecho y la espada, que pocos segundos antes había entrado por mi espalda, nos atravesó a ambos por la fuerza que llevaba.

Volteé para ver de quién era la mano que empuñaba la espada que me llevaría a mi último viaje hacia la eternidad junto a él y vi a mi padre, parado frente a la cama, con una mirada de odio que nunca le había dirigido ni a su peor enemigo.

Me voltee nuevamente para mirar al hombre que amaba y lo besé hasta sentir el frío de nuestros labios, el claro signo de que la vida se escapaba de nuestros cuerpos. Pocos segundos después, caí sobre su hombro. Allí quedamos los dos abrazados, con un amor renovado y una espada que nos atravesaba a la altura de nuestros corazones.

Si lo llego a ver alguna vez en la vida le diré que me enamoré desde la primera vez que soñé con él y que lo he soñado mil veces durante años.


Del amor al odio hay un solo paso


No todas las relaciones comienzan igual, pero casi todas terminan de la misma forma. Dos personas que en algún momento se amaron y ahora se odian.

Normalmente se conocen y sienten algo extraño, la otra persona les llama la atención, ¡muy bien! Otras son un poco más intensas y sientes nervios en el estómago, mal llamados: mariposas, les sudan las manos y se ponen tan nerviosos que se les nota a leguas. Actualmente, con el avance de la tecnología y toda la cosa, hay personas que se “gustan” desde el primer tweet; su mundo comienza a girar en torno de lo que la otra persona publica y todos las menciones que hace son para él o ella.

En fin, intercambian números o pin y comienzan a escribirse o llamarse todo el tiempo. Se dan los buenos días, buen provecho, buenas tardes, buenas noches y una que otra vez lanzan una punta para ver si esa otra persona la agarra. Comienzan a ir al cine, a tomar té, café, beber, bailar o cualquier excusa que se les pase por la mente para verse.

En algún momento comienzan a besarse y allí se complica un poco la cosa. ¿Será que va pendiente de algo serio? ¿Será que me está tomando como un pasatiempo? ¿Será, será, será…? ¡Ojo! Esto no les pasa a todos. Hay personas que deciden “mientras va viniendo, vamos viendo” y disfrutan de la compañía del otro.

Se enseria un poco más la cosa y comienzan a salir con los panas, para ver si le dan el visto bueno a esa persona. A unos les caen bien, pero a otros no tanto. Al final eso es lo de menos porque quienes deciden son los que están saliendo, ¿no?

Se hacen novios y empiezan a tener detalles. No pueden despertarse sin darse los buenos días y tampoco pueden irse a dormir sin escuchar sus voces antes de hacerlo. Le presentan a la familia. Comienzan a tener sexo – esto varía mucho. Hay unos que comenzaron a tenerlo hace mucho tiempo, otros un poco después y así-, no pueden vivir el uno sin el otro.

Ya no son dos personas, sino que se convierten en una. Comienzan a sacarle el “culo” a los panas para verse. Los amigos empiezan a molestarse porque el o la pana ya no son los mismos. Ahora está dominado por el cuaimo o cuaima, entre otras cosas que se dicen. Comienzan los celos porque X o Y le escribe mucho, porque salen, porque los llama, en fin… casi que porque alguien externo a su relación le respira al lado a tu “alma gemela”.

En este punto las dos personas se comienzan a fastidiar y empiezan a hacer cosas sin pensar en las consecuencias de sus actos o conociéndolas muy bien, solo por molestar o para ver hasta dónde llega la cosa. Se dejan de escribir porque están ocupados. Se dejan de llamar porque no tienen señal o saldo. Ya las cosas no son lo mismo.

Siguen teniendo sexo o haciendo el amor, depende del gusto del consumidor, pero saben que la relación se ha enfriado. Muchas veces usan el sexo como forma de reconciliación y lo disfrutan, pero ¿Y después?

Ya los estragos de tanto peo y tanta cosa llegan a la cama. El sexo ya no soluciona las cosas. Cada vez se sienten más distantes; da lo mismo si están en una cama King, Queen o en una individual. La distancia emocional que los separa no se mide por la cama en la que se acuestan o la separación de sus cuerpos.

Deciden seguir porque ya tienen mucho tiempo o porque ya son parte de la familia y del círculo de amistades. Empiezan a molestarse por todo y por nada. Ya no les provoca salir juntos, pero Dios los libre si salen solos a joder con los amigos o amigas. Siguen los peos y empiezan a crear heridas que a veces se perdonan, pero que nunca se olvidan.

Vienen los cachos y bueno… No todas las parejas llegan a este punto, pero hay muchas que  sí. Algunos perdonan estas indiscreciones porque confunden la costumbre con el amor. Sí, en este momento ya no sienten amor después de todo lo que ha pasado, pero siguen allí dando las conocidas “patadas de ahogado” que no es más que los últimos respiros que da la relación para ver si vuelve a ser lo mismo que antes.

Cuando una relación llega a este punto no hay casi nada que la salve. Algunos terminan y al tiempo vuelven, pero se dan cuenta de que las cosas no son ni serán nunca como antes. Algunos tienen suerte y ambos cambias, pero otros no tienen ese chance y terminan odiándose.

Ahora hay que preguntarse ¿Hacía falta que las cosas llegaran a este punto? ¿No era mejor terminar la relación cuando comenzaron a sentir la distancia? O cuando dejó de importarles lo que pensaba o sentía el otro. Yo pienso que sí y por eso hoy en día soy amiga de mis ex. Muchos de ellos se han convertido en algo más que panas, no es que haya tenido 800 novios ni mucho menos, algunos se han convertido casi que en mis hermanos.

Siempre hay que sentarse y pensar con la cabeza fría en lo que estamos haciendo, en lo que sentimos y en las consecuencias de nuestros actos. Si eso se hiciera, no existiría tanto peo con esos ex que muchas veces nos hacen la vida imposible con el novio “nuevo” porque nos odian y no quieren vernos felices.

No hace falta estar en una cama grande para sentir a alguien distante, también puede pasar en una cama individual.