Trabajar de lunes a lunes, cumplir con un horario en todo
momento, cocinar, ayudar con los quehaceres de la casa; tratar de hablar con la
verdad, pero sin herir susceptibilidades son cosas que te hacen sentir como en
una cárcel mientras tratas de acomodar tu agenda para tener un tiempo y
dedicarlo para recrearte, trabajar mente y espíritu y, con suerte, también el
cuerpo. Son cosas que parecen imposibles de hacer simultáneamente en estos
tiempos.
Cada quien viene a este mundo para aprender una o varias
lecciones. No todos tenemos las mismas, aunque algunas veces coincidimos con
otros en cruzadas personales.
Para mí creo que es una cuestión de aprender a ser feliz
sola, por mi cuenta o sin que ese estado de ánimo dependa de otra persona o de
agentes externos. Hay que buscar el balance entre cuerpo, mente y espíritu.
En los últimos años me han pasado miles de cosas. Me han
puesto muchas pruebas. Unas superadas y otras que aún intento integrar; pero
sin duda he logrado aprender a estar conmigo, a disfrutar de la vida, de los
giros inesperados que nos sacan de la zona cómoda y aceptar retos que a otros
les parece “una locura”.
Ahora me pregunto, ¿qué es la vida sin un poco de locura?
¿Qué es la vida sin pasión, si atreverse a hacer cosas que otros ni soñarían?
¿Qué es la vida sin provocar o aceptar retos? ¡Nada! ¿Venir al mundo solo por
llenar los pulmones con aire y dejar que la vida pase sin pena ni gloria frente
a mis ojos? ¡Pues no! ¡No me da la gana! ¡Me niego!
No sé si será la carrera que escogí o las circunstancias que
se me han presentado en la vida, pero aprendí a cambiar de rumbo con más frecuencia
que los demás. También he aprendido que los planes cambian de la noche a la
mañana, que un día estás en un lugar y al siguiente, ¿quién sabe?
Tal vez por eso es que trato de disfrutar la vida como viene
y me alegran las “cosas” pequeñas, esos regalos que se nos presentan a diario:
una puesta de sol, un atardecer, una tarde de lluvia en medio de un día de
calor infernal, una sonrisa sincera o unos ojos que hablan solos.
Estoy harta de los planes. No me malinterpreten, ya que hay
ciertas cosas o áreas de nuestras vidas que deben tener un Norte y debemos
saber cómo llegar a la meta. Me refiero a la vida como tal o, tal vez, a la
forma de relacionarnos con los demás.
Para mí hay que hacer la parte del trabajo interno, o eso he
aprendido últimamente, y a nuestra vida llegará quien tenga que llegar y se irá
quien ya haya cumplido con su función.
Hay que hacer, soltar y luego dejar que la ley de atracción
haga de las suyas. No hay que buscar en todos lados a esas personas, contar las
horas para que llegue ese momento y, cuando pase, buscar de cualquier manera
que se mantengan a nuestro lado.
Simplemente las cosas hay que dejarlas fluir, que todo caiga
por su propio peso… Lo peor que se puede hacer es presionar a que los que nos
rodeen se queden por más tiempo porque, la verdad, ocasionaría el efecto
contrario. Los humanos somos animales y, hasta los momentos, no conozco a
ninguno que le guste vivir en cautiverio.
Juntos y en libertad, siempre.