lunes, 18 de abril de 2011

Camila


Una tarde calurosa de marzo, algo inusual en Caracas, Camila decide salir de su casa para tratar de disminuir el sentimiento de soledad que la acompañaba desde hace algún tiempo. La soledad era su fiel compañera, nunca la abandonaba. Las concurridas calles, su olor a basura, papas podridas y un extraño olor a naranja la hicieron tomar la decisión de bajar al Metro.

El viaje de Camila comenzaba en la estación de Petare, pero tenía la intención de llegar hasta el final de la ruta, mientras estuviese rodeada de tanta gente… aunque se sintiera sola al mismo tiempo. Por un momento su mente dio vueltas y sintió que vivía en una sociedad de hormigas. Una sociedad que siempre está en constante movimiento, una sociedad que está llena de gente que camina en línea recta sin mirar a los lados y, menos, fijarse en quienes la rodean hasta que algo o alguien se atraviesa en su camino.

Bajó las escaleras,  mirando al suelo y sin importarle mucho si se tropezaba, porque el  vagón la llevaría a recorrer lugares que nunca había visitado. Lugares que por ser desconocidos la alejarían de sus tristes pensamientos.

Al entrar en el vagón sintió urgencia por agarrarse del tubo frío para no tirarse al suelo y llorar como tenía años sin hacer. Mientras se aferrara a ese objeto su mente iba a estar anclada a esa realidad donde las hormigas no se fijan en quienes la rodean y no pueden ver la tristeza que se muestra a través de la ventana del alma: los ojos.

A medida que el vagón hacia las paradas y entraba cada vez más gente el espacio se iba reduciendo y el tubo frío que la mantenía con los pies en la tierra se fue calentando. Cuando el ambiente se calentó por completo ya no existía ningún objeto que amarrada el cuerpo y la mente de Camila en esa realidad y, ambas, se fueron a pasear.

Pasaron horas en las que Camila, su mente y su cuerpo viajaron al lugar donde se encontraba la única persona que la había hecho sentir acompañada en los últimos meses. Cuando llegó a su lado no pudo contener una lágrima de felicidad. Por fin dejaría de sentirse sola. Lo abrazó y le dio ese beso que había guardado para cuando se despidieran, pero que nunca le pudo dar. Él le mostró la ciudad. Caminaron juntos de la mano como si ellos fueran los únicos seres vivos en el mundo. Se dijeron todo lo que habían callado cuando existía el temor a salir heridos; pero, ya nada importaba… estaban juntos y eso los hacía felices.

Mientras caminaban sin rumbo fijo el sendero los llevó a un cementerio y, por alguna extraña razón, Camila sintió una excitación que no podía controlar. Nunca se le había ocurrido que haría el amor en un camposanto, pero se desvistió frente a los ojos de él y ya ninguno pudo aguantar las ganas. Se colocaron sobre una lápida antigua, de esas que se ven en las películas, y le dieron rienda suelta a esos sentimientos que estuvieron encerrados durante largo tiempo. Quienes pasaron por el lugar no podían creer lo que veían sus ojos… era una escena grotesca, pero la danza de ambos cuerpos que por fin se desinhibían resultó ser un espectáculo que llenaba a los espectadores de envidia y curiosidad.

Sus almas se fundieron en una sola. Sus cuerpos parecían uno; solo existían ellos, sus besos, las lágrimas y las caricias furtivas que buscaban una respuesta… la danza de dos amantes que sabían que su tiempo no era eterno y que, más pronto que tarde, tendrían que separarse de nuevo.

El vagón del Metro se fue quedando solo, ya había recorrido la línea 1 unas cuantas veces, y el tubo se fue enfriando. Justo cuando Camila estaba llegando al orgasmo, que sería el más placentero de su vida, el frío del tubo la devolvió a la realidad. Maldijo la falta de tiempo, a las hormigas que abandonaron el vagón, a la distancia, a su mente, a sus sentimientos… Sin poder contener con sus piernas la tristeza que la invadía, cedió a su peso y cayó al suelo llorando como una niña, porque aún estando sola sabía que la soledad había regresado para acompañarla.


jueves, 14 de abril de 2011

Crónica de un portón maCdito (@sucuba y @veritoRP)


Miércoles 13 de abril de 2011. Una noche lluviosa como tantas otras del mes de abril, luego de un refrescante té en Kepén con los amigos, habituales y no habituales, unos pocos decidimos hacer algo diferente para tan mojada noche. Verónica (@veritorp), Kaky (@kakyrp), Rainer (@ironrai) y yo (@sucuba) nos dispusimos a comprar alcohol y dirigirnos a nuestro punto de encuentro, la oficina de Rainer, para socializar y hacer lo propio cuando se van a tomar las bebidas espirituosas. Lo normal es beber y chalequear a los demás, pero como estábamos en una oficina agregamos videos de Youtube a la velada.

Era ya la una de la mañana de ese jueves 14, tan fatídico día. Estábamos listos para retirarnos a nuestras respectivas moradas. Bajamos al, lo que según la voz del ascensor era “segundo subsuelo”, estacionamiento para salir en el carro de Verito. Pero siempre, como en todo cuento de terror y suspenso, se presentan problemas. Para salir de dicho estacionamiento había que cruzar dos portones, el problema se centraba en que ninguno de los cuatro allí presentes tenía llave; así que dependíamos de la buena voluntad de que alguien nos abriera para salir: fueran los vigilantes o un buen samaritano que estuviera llegando o saliendo del conjunto residencial.

Al llegar al primer portón, Verito abrió la caja que contenía el CD Nymphetamine de Cradle of Filth que había acabado de comprar, lo estrenaría en el reproductor del carro. Apenas comenzó la tercera canción – luego de 20 minutos- las luces de un carro nos indicaban que alguien se acercaba al estacionamiento; sonreímos y Verito arrancó el carro para salir de esta primera parte. Éramos tan felices… pero ignorábamos que había un segundo portón que nos separaba de nuestros hogares, el #PortonMacdito.

Cuando ya faltaba poco para salir, nos encontramos con el segundo portón… ¡Oh, por Dios! Su estructura no era tan impresionante; solo era un portón más en esos lados de Caracas, sucio y roído por el óxido gracias a las lluvias de abril. Verito estacionó el carro de manera que, cuando entrara o saliera un carro, poder abrirse paso para salir nosotros. Rainer comenzó a sentir sueño y se acostó sobre mis piernas para dormitar un poco, mientras nosotras las chicas nos entreteníamos en Twitter con nuestros respectivos celulares.

El CD de Cradle of Filth había llegado ya a la pista 11, estábamos comenzando a desesperarnos un poco al ver que nadie entraba ni salía. Verito y Kaky prendieron un cigarro, Rainer comenzaba a roncar y yo comenzaba a estresarme; la verdad que Cradle of Filth no termina de gustarme. Entraron dos personas por la puerta que está a un lado del portón, a ambos les preguntamos si por casualidad tenían llaves, ambos dijeron que no y nos sonrieron como si supieran lo que nos esperaba, como si ya supieran que el portón estaba maldito…

El CD ya había dado la vuelta y comenzaba nuevamente a reproducirse. Kaky se desesperó y salió del carro, comenzó a dar vueltas; le escribió a un amigo que vivía cerca, en vano, para ver si nos podía ayudar con el problema. Caminó hasta donde estaba la caseta del vigilante, rogándole a Jebús que éste tuviera la llave para abrirnos el portón… ¡Nada! nadie tenía llaves de ese portón maldito. Los minutos se hacían infinitos, los ruidos comenzaban a asustarnos, la llovizna a molestarnos, pero nada que un carro entraba o salía del estacionamiento.

Eran más de las 3 de la madrugada, cuando sorpresivamente vimos unas luces acercarse desde la parte de atrás del estacionamiento, nuestros ojos se llenaron de lágrimas. Rainer se despertó de un sobresalto, Kaky soltó un chillido agudo y brincó; Verito, que en ese momento estaba fuera del carro gritó, no sabía qué hacer… dudaba entre correr a abrazar al conductor, montarse en su carro y encenderlo para salir o simplemente gritar de felicidad. Yo veía toda la escena en cámara lenta. El carro milagroso se adelantó al nuestro y comenzó a abrirse el portón maldito… ¡no lo podíamos creer!. Rainer sólo decía “¡Arranca, arranca!”. Cuando comenzamos a cruzar el umbral del portón de fondo – en nuestras mentes- escuchábamos la melodía “We are the champions”. Verito soltó por un momento el volante y alzó ambas manos al cielo en forma de victoria, luego las bajó y dijo “ya ni sé para dónde íbamos, ni sé cómo me llamo. No sé nada”.

Nada puede describir esos últimos minutos con el portón maldito. La felicidad y el sentimiento de libertad que nunca habíamos experimentado, al menos no de esa manera; el aire se sentía fresco y se respiraba diferente. Éramos personas nuevas, renovadas, cambiadas. Así es como termina nuestra pesadilla, nuestro trauma con el portón maldito…

En algún momento entre nuestra desesperación y los gritos desenfrenados de Verito: “Ábranme la puerta, malditos”, con Cradle of Filth a todo volumen, se nos ocurrió relatar nuestra horrible experiencia con el portón maldito. Por ello, decidimos crear en Twitter el hash #PortonMacdito, que varios ya conocen, y comenzar a reírnos de nuestra desgracia para no llorar. Muchos de nuestros “followers” que se mantenían despiertos a esa hora, siguieron nuestra historia en vivo y directo, nos daban apoyo moral o simplemente se reían de nuestra desgracia. Y esto, mis queridos lectores, es una historia de la vida real.