Ésta noche no va mejorar. Será fea…
Llegó la musa, la tristeza; un día en que no la esperaba, un
día que no la extrañaba, pero... ¡ahí está! Me seduce con el rímel en el centro
de sus mejillas, con esa sonrisa retorcida. Me acecha.
Allí está ella, esperando que mis sentidos caigan ante la
sensación de su presencia. Está buscando distraerme con su andar felino, su
piel blanca, con sus ojos tan brillantes en los que puedo ver mi reflejo, el
fondo de mi alma.
Aprovechando mi distracción, mi embelesamiento ante su
belleza oculta, se va acercando poco a poco como un tigre blanco ante su presa.
Aquí estoy yo con mis ojos atentos y tratando de que ella no
me atrape. Estoy buscando la forma de salir de su encanto. Voy levantando muros
con recuerdos de tiempos felices, mirando en varias direcciones alguna ruta de
escape.
Ella acepta el reto. Sabe que no resistiré por mucho tiempo
y que pronto seré suya. Huele el miedo, ve en mis ojos que el temor va
creciendo y que me voy quedando sin opciones.
Se acerca un poco más. Ya puede sentir en sus labios el
sabor de mi piel. Ya puede adelantar el momento en el que intentaré salir
corriendo para apartarme. Dentro de ella sabe que es una pelea ganada y sus
ojos admiran cómo voy cayendo lentamente.
Mis manos buscan tapar el sentimiento que ha ido creciendo
en mi interior… ¡Ya es demasiado tarde! Miró en el fondo de mi alma y lo encontró.
Lo supo desde el principio, ¡soy suya!
Mis rodillas comenzaron a ceder hasta que tocaron el suelo,
tan frío como mi piel por culpa del miedo. Nunca dejé de mirarla a los ojos.
Sabía que éste momento llegaría, como muchas otras veces, pero seguí mirándola
en un acto de valentía.
Poner en pausa la vida, pensar qué es lo que tienes y darte
cuenta de que… no tienes nada.
Pensar que estás rodeada de gente y saber, muy en el fondo,
que no le importas a nadie realmente. Darte cuenta de que el día que no estés
solo lo notarán muy pocos y que, de igual forma, seguirán con sus vidas.
Fuiste solo alguien que pasó por la vida de los demás sin
dejar nada importante, un punto más visto desde el Universo, un ser que solo
consumió oxígeno. No fuiste nada.
Decido apretar nuevamente el botón de pausa sabiendo que no
hay nada que perder porque ella estaba quieta, mirando. Transcurren pocos
segundos y caigo en cuenta. Mi musa, la tristeza, había brincado hacia mí. Con
una agilidad admirable, de esa que solo se ve en documentales, ella había mordido
cada centímetro de mi piel llevando ante el paso de sus colmillos músculo y
hueso, llegando a lo más profundo.
Mientras yo estaba confiada con la tregua que me había dado
al pisar el botón, ella había logrado su cometido. Me atacó sin piedad y el
dolor de mis pensamientos me hacía creer que ella seguía en su lugar, ese lugar
a donde dirigí la mirada por última vez antes de ser devorada.
Allí estaba yo, indefensa ante ella, víctima de mis
pensamientos por culpa de sus ataques. Mordidas llenas de veneno que fueron
matando, poco a poco, lo bueno que creía que tenía.
La musa antes de retirarse miró hacia atrás para contemplar
su obra. Allí estaba, hecha trizas. Cuando por fin la vi lejos me levanté del
suelo, me sequé las lágrimas y, sabiendo lo que había pasado y que se volvería
a repetir, traté de caminar con la frente en alto.