jueves, 29 de septiembre de 2011

La playa

¿Qué harías si te enteras de que tienes una enfermedad que no tiene cura y que te quedan menos de seis meses de vida?

Yo siempre he apoyado a la gente y le he dicho que hay que tener fe y toda la cosa. La mayoría de las veces no tomamos en cuenta los consejos que damos. Yo, por lo menos, soy una de esas personas que no lo hace.

Para ser completamente sincera me gustaría luchar contra la enfermedad, pero luego me pongo a pensar ¿Para qué? ¿Para pasar mis últimos meses encerrada en una Clínica o sintiéndome mal por los tratamientos? Pienso de nuevo y digo "¡No! Eso no es vida." 

Mi personalidad es algo rara y me gusta disfrutar de todo al máximo, pero con una enfermedad así ¿disfrutaría teniendo en mi cabeza la certeza de que tengo una fecha tope? No lo creo.

Siempre pensé que me gustaría hacer todo lo que no hice por alguna razón. Vamos a estar claros. El que me conoce sabe que me encerraré en una burbuja esperando que llegue mi hora. El que me conoce sabe que cuando la gente me pregunte “¿Cómo estás?” yo responderé “Bien”. El que me conoce sabe que dibujaré una sonrisa falsa en mi cara para no preocupar a los demás. El que me conoce... nadie me conoce tanto.

Por "x" o "y" tengo días con esa idea en la cabeza y descubrí que ninguna de las cosas que he escrito hasta ahora es vida. Por eso, decidí que intentaré pasar una noche como ninguna. Que invitaré a la gente que me importa, escucharé buena música, tomaré lo que quiera sin medir consecuencias... pero, al día siguiente pondré fin a mi vida. Todavía no sé cómo, pero lo haré.

Prefiero morir bajo mis términos. Prefiero morir luego de haber sido completamente feliz por unas horas. Prefiero morir y que la gente me recuerde como soy: alegre, jodedora... feliz. No quiero que me recuerden tirada en una cama o con mala cara por los dolores.

Y cuando, por fin, mi espíritu deje mi cuerpo quiero que me incineren y que todos mis seres queridos se vayan a una playa, vestidos de blanco porque no quiero a nadie de luto. El luto se lleva en el corazón, no en la vestimenta. Quiero que bailen, escuchen música, beban y disfruten... cosa que hubiese hecho yo en vida. Quiero que al dispersen mis cenizas en el mar. ¿Por qué el mar? porque la playa es el lugar que me da más paz en este mundo. Es el lugar donde soy realmente feliz. 

Si es verdad que existe un espíritu y todo eso que nos dicen, me gustaría pasar la eternidad en el lugar que más amé en vida. La playa.



miércoles, 8 de junio de 2011

Un plato que se come frío


Llegó a casa con Emma, luego de pasar una semana de “vacaciones” para revivir la relación. Al abrir la puerta del apartamento encontraron todo revuelto y al cruzar el umbral, la sombra de alguien pasaba desde la habitación hacia el baño. Andrés fue a revisar, mientras preguntaba en voz alta ¿Quién anda allí?

Emma seguía parada, donde la dejó Andrés, paralizada de miedo y excitada al mismo tiempo. De pronto el sonido de un disparo la sacó de sus pensamientos de venganza. Pocos segundos después, Andrés se dirigió a la sala con la camisa manchada. El disparo del atacante misterioso había entrado por el pecho y de la herida salía una cantidad impresionante de sangre. Emma corrió a su lado para sostenerlo entre sus brazos y decirle algo, pero era demasiado tarde. Andrés había dejado de respirar. Ella sintió terror y alivio. Por fin habían vengado la muerte de su hermana gemela, Sara.

Sara y Andrés tenían varios meses saliendo y estaban por comprometerse, o eso era lo que ella creía, pero él escondía algo que ella descubriría muy tarde.

Andrés amaba a Emma, secretamente, desde la secundaria y ella nunca se había fijado en él. Sin embargo, Sara le demostraba de todas las formas posibles que lo quería en su vida para siempre. Comenzaron a salir porque Andrés creyó se que enamoraría de ella por su parecido con Emma, pero no fue así. Era difícil distinguirlas a simple vista, pero eran polos opuestos.

Al poco tiempo, Emma y Andrés comenzaron a verse a espaldas de Sara. Tenían encuentros sexuales en medio de la sala de sus padres, mientras ellos estaban con Sara en la habitación contigua; callejones desolados, teatros, frente a desconocidos, en cualquier lugar. Andrés era el nuevo juguete de Emma y no lo iba a desaprovechar. No solo le gustaba hacer con él lo que quería, también le excitaba de una forma increíble estar con el novio de su hermana.

Sara siempre había sido la preferida y, aunque la amaba, Emma no soportaba que la trataran como la oveja negra de la familia.

Andrés ya no sabía qué hacer para quitarse a Sara de encima. Planeó encontrarse con ella cerca de un río ubicado en las afueras de la ciudad. Sara creyó que, por fin, Andrés le pediría matrimonio; lo que no sabía era que la iba a torturar para luego lanzarla al río. Para Andrés, Sara solo era un estorbo entre él y Emma.

Emma había seguido a Andrés a una distancia prudente y presenció el asesinato de su hermana. Lloró noches enteras a escondidas y decidió que haría algo para vengar su muerte. Andrés se volvería loco porque ella se encargaría de llevarlo al límite.

Emma se vestía con la misma ropa que llevaba Sara el día que Andrés la asesinó y se le aparecía en las noches, lo perseguía por toda la ciudad, le dejaba mensajes amenazadores, colocaba fotos por todos lados. Andrés nunca sospechó de Emma porque, según ella, se había ido a otro país para olvidarse de lo que había pasado con su hermana.

Meses después, él fue voluntariamente a un hospital psiquiátrico. Emma fue a buscarlo el día que le dieron de alta y se fueron juntos durante una semana a una cabaña. Andrés durante su estancia en el hospital descubrió que, por su bien, debía separarse de Emma para siempre. Cuando regresaran al apartamento iba a fingir su muerte y escaparía para no regresar jamás.

Cuando Andrés se metió en la ducha, luego de una tarde de sexo salvaje para recordar viejos tiempos, Emma tomó el celular y llamó al último número marcado. Al otro lado de la línea estaba el asesino que Andrés había contratado, minutos antes, para fingir su muerte. Conversó con el asesino por diez minutos y al colgar la llamada apareció una sonrisa macabra que desencajaba con su rostro angelical cubierto por una larga cabellera roja como el fuego.

Al llegar al apartamento Andrés hizo todo lo planeado con el asesino horas antes, pero lo que él no sabía era que Emma lo había contactado para que usara balas de verdad.

El disparo del atacante misterioso había entrado por el pecho y de la herida salía una cantidad impresionante de sangre. Emma corrió a su lado para sostenerlo entre sus brazos y decirle algo, pero era demasiado tarde. Andrés había dejado de respirar. Ella sintió terror y alivio. Por fin habían vengado la muerte de su hermana gemela, Sara.


martes, 7 de junio de 2011

El hombre de mis sueños


Mis primeras palabras al despertar hoy fueron: “¡Oh, por Dios! Tenía como 5 años sin soñarlo.”

Es un sueño de amor – odio con el hombre de mi vida. Es algo raro el sueño porque él y yo ya teníamos una historia que nunca conocí, pero sé que lo marcó por su comportamiento hacia mí. Lo que haya sido, hacía que nos odiáramos y nos amáramos al mismo tiempo, eso era innegable.

En el sueño voy vestida como una de las heroínas de Luis Royo. Él ha cambiado mucho con el paso de los años, pero es su cara. La reconozco, aunque haya pasado de ser un niño a ser un hombre hecho y derecho. Es de cabello muy oscuro, ojos claros que tienen una mezcla entre gris, verde y que a veces cambian a azules; una mirada profunda que hace que te pierdas en un mar de pensamientos. Tiene una estatura promedio, espalda ancha y brazos delgados, pero definidos. Su torso no está marcado, pero tiene unas piernas que reflejan su fuerza. Su boca es carnosa y tiene un labio inferior de esos que provoca morder.

Todo empieza con una pelea por algo que nunca supe, pero era evidente que estaban atacando el lugar donde vivía. Yo estaba en el suelo, arrodillada en la tierra, mientras miraba la terraza de un tercer piso, mi cuarto. Tuve que subir por la pared exterior a pulso. Algunas veces contorsionándome para llegar a alguna piedra que me ayudara a subir, aunque no se me hizo difícil.

Llegué a esa terraza y cuando miré hacia el cuarto me di cuenta que tres hombres buscaban algo con desespero, como si sus vidas dependieran de encontrarlo o no. Me incorporé de un brinco y salté hacia un escalón que separaba el cuarto de la terraza. Cuando mis pies tocaron el piso, levanté la mirada y lo vi. Mi corazón se aceleró de una forma increíble. La razón de ello no era lo que acababa de hacer para entrar allí, sino el hecho de que nuestras miradas se cruzaran por unos breves segundos que, para mí, parecían una eternidad.

Los tres hombres al verme, salieron corriendo del cuarto y llegaron hasta la mitad de las escaleras que conectaban los dormitorios con el resto del… ¿palacio? Brinqué nuevamente y pude agarrarlo por el hombro, mientras sacaba una espada de mi cinturón y gritaba que nunca conseguirían lo que buscaban. Forcejeamos hasta llegar al cuarto nuevamente. Un escalón nos hizo tropezar y caer sobre mi cama, justo el lugar donde quería tenerlo en ese momento, porque claramente lo ponía en desventaja. Yo estaba sobre él y le apretaba el cuello con fuerza, mientras mi otra mano levantaba la espada para mandarlo al otro mundo con un solo movimiento.

Allí estábamos juntos de nuevo en esa cama que tenía tantos recuerdos, pero esta vez era diferente. Yo podía sentir el color rojo de mis mejillas que ardieron por el odio que le tenía. Allí estaba yo con la espada a pocos centímetros de su garganta debatiéndome entre el amor y el odio que sentía por él. Lo que él sentía no era muy diferente. Me odiaba de igual forma y no le interesaba lo que yo hiciera porque quería acabar con esos sentimientos. Me gritaba una y otra vez que lo matara y yo comencé a bajar la guardia ante su mirada.

Estando allí a punto de morir por mis manos me gritó que tenía años sufriendo por haberme amado y que nunca más volvería a hacerlo. Lo único que él quería era acabar con mi existencia y con cualquier rastro de mi paso por su vida. Mi corazón saltó nuevamente y una lágrima negra comenzó a rodar por mi mejilla al escuchar que pensaba exactamente lo mismo que yo. En un impulso, que no pude controlar, pose mis labios sobre los suyos para besarlo por última vez. Si ambos íbamos a morir, qué importaba hacerlo una vez más.

Quise besarlo con ternura para que supiera que yo aún lo seguía amando. Al juntar los labios pude escuchar claramente la pelea de mis guardias con sus compañeros, que en cualquier momento llegarían para matarme al ver que él estaba indefenso bajo mis piernas, y lo besé con fuerza… como si el mundo fuera acabar en ese momento, como si besarlo fuera la razón de toda mi existencia. Él intentó con todas sus fuerzas rechazarme. Yo podía sentir su la lucha interna porque era exactamente la misma que yo había tenido pocos segundos antes. Al final decidió ceder y me besó con una pasión que ambos desconocíamos hasta ese momento.

Le dije que lo amaba con un grito ahogado. Escuché un alboroto en la entrada del cuarto y sentí que algo frío me atravesaba desde la espalda a la altura del corazón. No entendí lo que pasaba hasta que vi su mirada. ¿Era tristeza lo que reflejaba? ¿Cómo podía estar triste si por fin estaríamos juntos? Las lágrimas comenzaron a salir de esos ojos que tanto amaba. Tomó mi rostro entre sus manos, acercó mi oído hasta sus labios y me dijo “Te amo. Nos veremos pronto”. Me apretó con fuerza contra su pecho y la espada, que pocos segundos antes había entrado por mi espalda, nos atravesó a ambos por la fuerza que llevaba.

Volteé para ver de quién era la mano que empuñaba la espada que me llevaría a mi último viaje hacia la eternidad junto a él y vi a mi padre, parado frente a la cama, con una mirada de odio que nunca le había dirigido ni a su peor enemigo.

Me voltee nuevamente para mirar al hombre que amaba y lo besé hasta sentir el frío de nuestros labios, el claro signo de que la vida se escapaba de nuestros cuerpos. Pocos segundos después, caí sobre su hombro. Allí quedamos los dos abrazados, con un amor renovado y una espada que nos atravesaba a la altura de nuestros corazones.

Si lo llego a ver alguna vez en la vida le diré que me enamoré desde la primera vez que soñé con él y que lo he soñado mil veces durante años.


Del amor al odio hay un solo paso


No todas las relaciones comienzan igual, pero casi todas terminan de la misma forma. Dos personas que en algún momento se amaron y ahora se odian.

Normalmente se conocen y sienten algo extraño, la otra persona les llama la atención, ¡muy bien! Otras son un poco más intensas y sientes nervios en el estómago, mal llamados: mariposas, les sudan las manos y se ponen tan nerviosos que se les nota a leguas. Actualmente, con el avance de la tecnología y toda la cosa, hay personas que se “gustan” desde el primer tweet; su mundo comienza a girar en torno de lo que la otra persona publica y todos las menciones que hace son para él o ella.

En fin, intercambian números o pin y comienzan a escribirse o llamarse todo el tiempo. Se dan los buenos días, buen provecho, buenas tardes, buenas noches y una que otra vez lanzan una punta para ver si esa otra persona la agarra. Comienzan a ir al cine, a tomar té, café, beber, bailar o cualquier excusa que se les pase por la mente para verse.

En algún momento comienzan a besarse y allí se complica un poco la cosa. ¿Será que va pendiente de algo serio? ¿Será que me está tomando como un pasatiempo? ¿Será, será, será…? ¡Ojo! Esto no les pasa a todos. Hay personas que deciden “mientras va viniendo, vamos viendo” y disfrutan de la compañía del otro.

Se enseria un poco más la cosa y comienzan a salir con los panas, para ver si le dan el visto bueno a esa persona. A unos les caen bien, pero a otros no tanto. Al final eso es lo de menos porque quienes deciden son los que están saliendo, ¿no?

Se hacen novios y empiezan a tener detalles. No pueden despertarse sin darse los buenos días y tampoco pueden irse a dormir sin escuchar sus voces antes de hacerlo. Le presentan a la familia. Comienzan a tener sexo – esto varía mucho. Hay unos que comenzaron a tenerlo hace mucho tiempo, otros un poco después y así-, no pueden vivir el uno sin el otro.

Ya no son dos personas, sino que se convierten en una. Comienzan a sacarle el “culo” a los panas para verse. Los amigos empiezan a molestarse porque el o la pana ya no son los mismos. Ahora está dominado por el cuaimo o cuaima, entre otras cosas que se dicen. Comienzan los celos porque X o Y le escribe mucho, porque salen, porque los llama, en fin… casi que porque alguien externo a su relación le respira al lado a tu “alma gemela”.

En este punto las dos personas se comienzan a fastidiar y empiezan a hacer cosas sin pensar en las consecuencias de sus actos o conociéndolas muy bien, solo por molestar o para ver hasta dónde llega la cosa. Se dejan de escribir porque están ocupados. Se dejan de llamar porque no tienen señal o saldo. Ya las cosas no son lo mismo.

Siguen teniendo sexo o haciendo el amor, depende del gusto del consumidor, pero saben que la relación se ha enfriado. Muchas veces usan el sexo como forma de reconciliación y lo disfrutan, pero ¿Y después?

Ya los estragos de tanto peo y tanta cosa llegan a la cama. El sexo ya no soluciona las cosas. Cada vez se sienten más distantes; da lo mismo si están en una cama King, Queen o en una individual. La distancia emocional que los separa no se mide por la cama en la que se acuestan o la separación de sus cuerpos.

Deciden seguir porque ya tienen mucho tiempo o porque ya son parte de la familia y del círculo de amistades. Empiezan a molestarse por todo y por nada. Ya no les provoca salir juntos, pero Dios los libre si salen solos a joder con los amigos o amigas. Siguen los peos y empiezan a crear heridas que a veces se perdonan, pero que nunca se olvidan.

Vienen los cachos y bueno… No todas las parejas llegan a este punto, pero hay muchas que  sí. Algunos perdonan estas indiscreciones porque confunden la costumbre con el amor. Sí, en este momento ya no sienten amor después de todo lo que ha pasado, pero siguen allí dando las conocidas “patadas de ahogado” que no es más que los últimos respiros que da la relación para ver si vuelve a ser lo mismo que antes.

Cuando una relación llega a este punto no hay casi nada que la salve. Algunos terminan y al tiempo vuelven, pero se dan cuenta de que las cosas no son ni serán nunca como antes. Algunos tienen suerte y ambos cambias, pero otros no tienen ese chance y terminan odiándose.

Ahora hay que preguntarse ¿Hacía falta que las cosas llegaran a este punto? ¿No era mejor terminar la relación cuando comenzaron a sentir la distancia? O cuando dejó de importarles lo que pensaba o sentía el otro. Yo pienso que sí y por eso hoy en día soy amiga de mis ex. Muchos de ellos se han convertido en algo más que panas, no es que haya tenido 800 novios ni mucho menos, algunos se han convertido casi que en mis hermanos.

Siempre hay que sentarse y pensar con la cabeza fría en lo que estamos haciendo, en lo que sentimos y en las consecuencias de nuestros actos. Si eso se hiciera, no existiría tanto peo con esos ex que muchas veces nos hacen la vida imposible con el novio “nuevo” porque nos odian y no quieren vernos felices.

No hace falta estar en una cama grande para sentir a alguien distante, también puede pasar en una cama individual. 





lunes, 18 de abril de 2011

Camila


Una tarde calurosa de marzo, algo inusual en Caracas, Camila decide salir de su casa para tratar de disminuir el sentimiento de soledad que la acompañaba desde hace algún tiempo. La soledad era su fiel compañera, nunca la abandonaba. Las concurridas calles, su olor a basura, papas podridas y un extraño olor a naranja la hicieron tomar la decisión de bajar al Metro.

El viaje de Camila comenzaba en la estación de Petare, pero tenía la intención de llegar hasta el final de la ruta, mientras estuviese rodeada de tanta gente… aunque se sintiera sola al mismo tiempo. Por un momento su mente dio vueltas y sintió que vivía en una sociedad de hormigas. Una sociedad que siempre está en constante movimiento, una sociedad que está llena de gente que camina en línea recta sin mirar a los lados y, menos, fijarse en quienes la rodean hasta que algo o alguien se atraviesa en su camino.

Bajó las escaleras,  mirando al suelo y sin importarle mucho si se tropezaba, porque el  vagón la llevaría a recorrer lugares que nunca había visitado. Lugares que por ser desconocidos la alejarían de sus tristes pensamientos.

Al entrar en el vagón sintió urgencia por agarrarse del tubo frío para no tirarse al suelo y llorar como tenía años sin hacer. Mientras se aferrara a ese objeto su mente iba a estar anclada a esa realidad donde las hormigas no se fijan en quienes la rodean y no pueden ver la tristeza que se muestra a través de la ventana del alma: los ojos.

A medida que el vagón hacia las paradas y entraba cada vez más gente el espacio se iba reduciendo y el tubo frío que la mantenía con los pies en la tierra se fue calentando. Cuando el ambiente se calentó por completo ya no existía ningún objeto que amarrada el cuerpo y la mente de Camila en esa realidad y, ambas, se fueron a pasear.

Pasaron horas en las que Camila, su mente y su cuerpo viajaron al lugar donde se encontraba la única persona que la había hecho sentir acompañada en los últimos meses. Cuando llegó a su lado no pudo contener una lágrima de felicidad. Por fin dejaría de sentirse sola. Lo abrazó y le dio ese beso que había guardado para cuando se despidieran, pero que nunca le pudo dar. Él le mostró la ciudad. Caminaron juntos de la mano como si ellos fueran los únicos seres vivos en el mundo. Se dijeron todo lo que habían callado cuando existía el temor a salir heridos; pero, ya nada importaba… estaban juntos y eso los hacía felices.

Mientras caminaban sin rumbo fijo el sendero los llevó a un cementerio y, por alguna extraña razón, Camila sintió una excitación que no podía controlar. Nunca se le había ocurrido que haría el amor en un camposanto, pero se desvistió frente a los ojos de él y ya ninguno pudo aguantar las ganas. Se colocaron sobre una lápida antigua, de esas que se ven en las películas, y le dieron rienda suelta a esos sentimientos que estuvieron encerrados durante largo tiempo. Quienes pasaron por el lugar no podían creer lo que veían sus ojos… era una escena grotesca, pero la danza de ambos cuerpos que por fin se desinhibían resultó ser un espectáculo que llenaba a los espectadores de envidia y curiosidad.

Sus almas se fundieron en una sola. Sus cuerpos parecían uno; solo existían ellos, sus besos, las lágrimas y las caricias furtivas que buscaban una respuesta… la danza de dos amantes que sabían que su tiempo no era eterno y que, más pronto que tarde, tendrían que separarse de nuevo.

El vagón del Metro se fue quedando solo, ya había recorrido la línea 1 unas cuantas veces, y el tubo se fue enfriando. Justo cuando Camila estaba llegando al orgasmo, que sería el más placentero de su vida, el frío del tubo la devolvió a la realidad. Maldijo la falta de tiempo, a las hormigas que abandonaron el vagón, a la distancia, a su mente, a sus sentimientos… Sin poder contener con sus piernas la tristeza que la invadía, cedió a su peso y cayó al suelo llorando como una niña, porque aún estando sola sabía que la soledad había regresado para acompañarla.


jueves, 14 de abril de 2011

Crónica de un portón maCdito (@sucuba y @veritoRP)


Miércoles 13 de abril de 2011. Una noche lluviosa como tantas otras del mes de abril, luego de un refrescante té en Kepén con los amigos, habituales y no habituales, unos pocos decidimos hacer algo diferente para tan mojada noche. Verónica (@veritorp), Kaky (@kakyrp), Rainer (@ironrai) y yo (@sucuba) nos dispusimos a comprar alcohol y dirigirnos a nuestro punto de encuentro, la oficina de Rainer, para socializar y hacer lo propio cuando se van a tomar las bebidas espirituosas. Lo normal es beber y chalequear a los demás, pero como estábamos en una oficina agregamos videos de Youtube a la velada.

Era ya la una de la mañana de ese jueves 14, tan fatídico día. Estábamos listos para retirarnos a nuestras respectivas moradas. Bajamos al, lo que según la voz del ascensor era “segundo subsuelo”, estacionamiento para salir en el carro de Verito. Pero siempre, como en todo cuento de terror y suspenso, se presentan problemas. Para salir de dicho estacionamiento había que cruzar dos portones, el problema se centraba en que ninguno de los cuatro allí presentes tenía llave; así que dependíamos de la buena voluntad de que alguien nos abriera para salir: fueran los vigilantes o un buen samaritano que estuviera llegando o saliendo del conjunto residencial.

Al llegar al primer portón, Verito abrió la caja que contenía el CD Nymphetamine de Cradle of Filth que había acabado de comprar, lo estrenaría en el reproductor del carro. Apenas comenzó la tercera canción – luego de 20 minutos- las luces de un carro nos indicaban que alguien se acercaba al estacionamiento; sonreímos y Verito arrancó el carro para salir de esta primera parte. Éramos tan felices… pero ignorábamos que había un segundo portón que nos separaba de nuestros hogares, el #PortonMacdito.

Cuando ya faltaba poco para salir, nos encontramos con el segundo portón… ¡Oh, por Dios! Su estructura no era tan impresionante; solo era un portón más en esos lados de Caracas, sucio y roído por el óxido gracias a las lluvias de abril. Verito estacionó el carro de manera que, cuando entrara o saliera un carro, poder abrirse paso para salir nosotros. Rainer comenzó a sentir sueño y se acostó sobre mis piernas para dormitar un poco, mientras nosotras las chicas nos entreteníamos en Twitter con nuestros respectivos celulares.

El CD de Cradle of Filth había llegado ya a la pista 11, estábamos comenzando a desesperarnos un poco al ver que nadie entraba ni salía. Verito y Kaky prendieron un cigarro, Rainer comenzaba a roncar y yo comenzaba a estresarme; la verdad que Cradle of Filth no termina de gustarme. Entraron dos personas por la puerta que está a un lado del portón, a ambos les preguntamos si por casualidad tenían llaves, ambos dijeron que no y nos sonrieron como si supieran lo que nos esperaba, como si ya supieran que el portón estaba maldito…

El CD ya había dado la vuelta y comenzaba nuevamente a reproducirse. Kaky se desesperó y salió del carro, comenzó a dar vueltas; le escribió a un amigo que vivía cerca, en vano, para ver si nos podía ayudar con el problema. Caminó hasta donde estaba la caseta del vigilante, rogándole a Jebús que éste tuviera la llave para abrirnos el portón… ¡Nada! nadie tenía llaves de ese portón maldito. Los minutos se hacían infinitos, los ruidos comenzaban a asustarnos, la llovizna a molestarnos, pero nada que un carro entraba o salía del estacionamiento.

Eran más de las 3 de la madrugada, cuando sorpresivamente vimos unas luces acercarse desde la parte de atrás del estacionamiento, nuestros ojos se llenaron de lágrimas. Rainer se despertó de un sobresalto, Kaky soltó un chillido agudo y brincó; Verito, que en ese momento estaba fuera del carro gritó, no sabía qué hacer… dudaba entre correr a abrazar al conductor, montarse en su carro y encenderlo para salir o simplemente gritar de felicidad. Yo veía toda la escena en cámara lenta. El carro milagroso se adelantó al nuestro y comenzó a abrirse el portón maldito… ¡no lo podíamos creer!. Rainer sólo decía “¡Arranca, arranca!”. Cuando comenzamos a cruzar el umbral del portón de fondo – en nuestras mentes- escuchábamos la melodía “We are the champions”. Verito soltó por un momento el volante y alzó ambas manos al cielo en forma de victoria, luego las bajó y dijo “ya ni sé para dónde íbamos, ni sé cómo me llamo. No sé nada”.

Nada puede describir esos últimos minutos con el portón maldito. La felicidad y el sentimiento de libertad que nunca habíamos experimentado, al menos no de esa manera; el aire se sentía fresco y se respiraba diferente. Éramos personas nuevas, renovadas, cambiadas. Así es como termina nuestra pesadilla, nuestro trauma con el portón maldito…

En algún momento entre nuestra desesperación y los gritos desenfrenados de Verito: “Ábranme la puerta, malditos”, con Cradle of Filth a todo volumen, se nos ocurrió relatar nuestra horrible experiencia con el portón maldito. Por ello, decidimos crear en Twitter el hash #PortonMacdito, que varios ya conocen, y comenzar a reírnos de nuestra desgracia para no llorar. Muchos de nuestros “followers” que se mantenían despiertos a esa hora, siguieron nuestra historia en vivo y directo, nos daban apoyo moral o simplemente se reían de nuestra desgracia. Y esto, mis queridos lectores, es una historia de la vida real.

martes, 22 de febrero de 2011

¿Quién pierde y quién gana?


Y así fue como hoy me di cuenta, una vez más, que la razón nunca le ganará al corazón. La razón se nutre de experiencias ajenas, pero el corazón lo hace día a día con pequeñas cosas.

Por esa razón, hoy celebraré ese triunfo bailando desnuda al ritmo de la tristeza. Aunque, preferiría bailar desnuda contigo al ritmo de nuestros sentimientos y luego fumarnos un cigarro en nombre del tiempo...




lunes, 21 de febrero de 2011

Esclavas de las apariencias


¿Cuánto tiempo pierde una mujer entre secarse el cabello, ponerse las uñas y pestañas postizas, maquillarse y vestirse? ¿Unas dos o tres horas? Si sacamos cuentas: el día tiene 24 horas, dormidos 8 – cuando tenemos suerte-, trabajamos otras 8 y nos calamos 2 horas o más atascados en las interminables colas; ¿Cuánto tiempo queda? Digamos que unas 6 horas aproximadamente… ¿Les parece aceptable perder tanto tiempo en mantener una apariencia que a fin de cuentas no es importante? Cuando morimos la gente no nos recuerda por cómo nos veíamos, sino por cómo éramos.

La vida es efímera y pasa en un abrir y cerrar de ojos, todo esto mientras algunas se arreglan o encargan de mostrar a alguien que no existe para ser aceptada por una sociedad que se basa en las apariencias.

¿Cuántas veces no has escuchado decir a algún amigo: me acosté con una mujer y me levanté con otra completamente diferente? ¡Claro! Si la caraja tiene cuatro kilos de maquillaje; cabello, uñas y pestañas postizas, tal vez una faja y cuanta vaina se les ocurre… ¿No lo van a decir?

Otras de las cosas que también oímos de nuestros amigos es: Uno no sabe lo que tiene, hasta que lo lleva a la playa. Este es otro punto interesante, por lo menos para mí. Se supone que uno va a la playa a disfrutar del sol, el mar y a relajarse por el hecho de salir de la rutina que nos ahoga durante la semana.

Lo cómico en estos casos, son las mujeres que se van maquilladas y con el cabello como recién salido de la peluquería… ¿En realidad disfrutan del ambiente o del paisaje? ¿De verdad se relajan y disfrutan con los amigos? Están es pendientes de no mojarse el cabello porque: “¡Por favor! Yo no voy a dejar que me vean despeinada o que vean cómo se me corre el maquillaje”

“La suerte de las feas, las bonitas las desean” estoy cansada de escuchar esta frase y burlarme de ella. No es que las feas tengan suerte, es que tienen autoestima y se muestran tal cual son… Esa cualidad es algo que ningún maquillaje, o cantidad de vainas que se le ocurren a las bonitas, puede igualar.

¿Saben qué sería excelente? Cambiar el “yo me acuesto con una mujer y amanezco con otra diferente” por un “yo me acuesto con una mujer y amanezco con la misma”. Dejen de ser esclavas de las apariencias y vivan la vida disfrutando de el tiempo que se les concede... Aprendan a crecer como personas y dejen de preocuparse por cosas sin importancia. A fin de cuentas, el tiempo sigue corriendo y siempre nos pasa factura.







jueves, 17 de febrero de 2011

Ella


Todos los días es la misma rutina. Ir a clases, trabajar, llegar a comer y ponerse a hablar con gente que no existe. Su vida es monótona y sedentaria, pero algunas veces sale de la rutina y se siente viva como nunca.

Empieza a disfrutar de todo y a ver las cosas con los ojos de alguien que ve por primera vez el mundo. Decide que es momento de vivir y de arriesgar todo lo que tiene. Lo que no sabía era que esos placeres de la vida no estaban destinados para ella; su vida siempre fue y será solitaria porque hay personas que no nacen para encontrar a su alma gemela o a alguien que los valore en realidad.

Un día creyó encontrar a esa persona por la que había esperado por tanto tiempo, pero muy tarde se dio cuenta de que él también  la abandonaría.

Mientras duró esa ilusión tenía más ganas de vivir que nadie que haya conocido. Era tan feliz que se le notaba en el exterior, irradiaba la felicidad e iluminaba a quienes la rodeaban.

Un día decidió salir a dar un paseo porque tenía mucho tiempo sin poder pensar mientras caminaba por las calles oscuras y frescas de la ciudad. Paró en un cruce de peatones y miró a una sola dirección. Al intentar cruzar para encontrarse con él sintió que algo la levantaba del suelo. Cayó sin previo aviso al asfalto golpeando todo su ser, pero nunca dejó de mirarlo allí parado al otro lado de la calle. La envolvió un sueño tan profundo que nunca logró despertar, pero fue feliz al saber que lo último que vio fue el amor en los ojos de él.

Ella me contó que le daba miedo morir. Pensaba que nadie iría a despedirla, pero en el fondo abrigaba la esperanza de que las personas que apreció y con las que compartió en vida aparecerían… ¡Nunca lo hicieron!

Murió sola en la calle porque él salió corriendo a buscar quien lo ayudara. Cuando la sepultaron, un día lluvioso de mayo, nadie asistió… nadie derramó una lágrima por ella, nadie dijo cosas bonitas, nadie se despidió. Se fue sola, como siempre había temido.



lunes, 10 de enero de 2011

El náufrago


Me recuerda al reencuentro con un novio luego de mucho tiempo sin vernos; era horrible cuando lo veía irse de nuevo. Cada vez que pasaba, se llevaba una parte de mí… Menos mal ya eso se acabó y no tengo que ver a nadie partir, mientras una lágrima recorre mi mejilla.

Un amor de lejos es lo más duro que se puede vivir como pareja y, la verdad, es que no todas la resisten... La distancia hace lo suyo, aunque no quieras. El problema está en que, a veces, quien aprende a querer en la distancia era la persona débil y sin experiencia; mientras que la persona que ya sabía cómo era la cosa es la que termina rindiéndose.

Pero “x”, ¡vainas que pasan! La verdad lo mejor que hice fue haber acepado el final de esa relación…Terminó mi sufrimiento diario con una puñalada directa al corazón cuando dijo: “Ya no es lo mismo, no sé si te amo o es costumbre” *FIN*.

Confieso que no sirvo para una relación así, a distancia. Soy demasiado entregada e impulsiva. Soy de las que le da una puntada y le provoca verlo, aunque sea para darle un beso o un abrazo, decir un te amo o simplemente mirarlo a los ojos para luego regresar feliz a mi casa.

No soy de las que puede poner el amor en pausa por la distancia. Traté de hacerlo y lo logré por un año entero, pero… ¿a qué costo?

¿El de verlo después de dormirme y despedirme antes de despertar? ¿El de pasar noches llorando con una almohada salada de tantas lágrimas que derramé en sueños cuando lo tenía a mi lado para luego verlo partir? ¿El costo de esperar detalles que nunca llegaron para mantener al amor vivo? ¿El de dormir abrazada a una almohada que guardaba un olor por poco tiempo y que no me hacía sentir segura porque no tenía brazos, ni latidos, ni piel?

Esa almohada que no me besaba al despertar con la promesa de que mi día sería excelente luego de verme reflejada en sus ojos. Esa almohada que no me cuidaba mientras soñaba… Una simple tela y letras no pueden ocupar el lugar del calor humano y el de esas palabras que te expresan, en un murmullo, el amor más grande y puro.

No estoy dispuesta a morir lentamente por un amor lejano. Y si alguna vez llego a considerarlo de nuevo, será porque tengo a mi lado a una persona detallista (no de la que te compra con grandes regalos, sino de la que te sabe llenar con pequeños detalles: un te amo en alguna hoja de cuaderno, un mensaje o llamada a una hora inesperada, una visita de sorpresa, una flor que recogió de algún jardín… Cosas tontas, pero que llenan tanto)

No quiero una persona que me haga poner el amor en pausa, sino una que lo haga crecer cada día más, aún estando lejos.

... Pero eso es mucho pedir, así que me quedo con los amores donde la distancia no forme parte de la ecuación... ¿Por qué? Porque no puedo poner mis sentimientos en pausa y vivir lejos de la persona a la que amo... Así de simple.