martes, 7 de junio de 2011

El hombre de mis sueños


Mis primeras palabras al despertar hoy fueron: “¡Oh, por Dios! Tenía como 5 años sin soñarlo.”

Es un sueño de amor – odio con el hombre de mi vida. Es algo raro el sueño porque él y yo ya teníamos una historia que nunca conocí, pero sé que lo marcó por su comportamiento hacia mí. Lo que haya sido, hacía que nos odiáramos y nos amáramos al mismo tiempo, eso era innegable.

En el sueño voy vestida como una de las heroínas de Luis Royo. Él ha cambiado mucho con el paso de los años, pero es su cara. La reconozco, aunque haya pasado de ser un niño a ser un hombre hecho y derecho. Es de cabello muy oscuro, ojos claros que tienen una mezcla entre gris, verde y que a veces cambian a azules; una mirada profunda que hace que te pierdas en un mar de pensamientos. Tiene una estatura promedio, espalda ancha y brazos delgados, pero definidos. Su torso no está marcado, pero tiene unas piernas que reflejan su fuerza. Su boca es carnosa y tiene un labio inferior de esos que provoca morder.

Todo empieza con una pelea por algo que nunca supe, pero era evidente que estaban atacando el lugar donde vivía. Yo estaba en el suelo, arrodillada en la tierra, mientras miraba la terraza de un tercer piso, mi cuarto. Tuve que subir por la pared exterior a pulso. Algunas veces contorsionándome para llegar a alguna piedra que me ayudara a subir, aunque no se me hizo difícil.

Llegué a esa terraza y cuando miré hacia el cuarto me di cuenta que tres hombres buscaban algo con desespero, como si sus vidas dependieran de encontrarlo o no. Me incorporé de un brinco y salté hacia un escalón que separaba el cuarto de la terraza. Cuando mis pies tocaron el piso, levanté la mirada y lo vi. Mi corazón se aceleró de una forma increíble. La razón de ello no era lo que acababa de hacer para entrar allí, sino el hecho de que nuestras miradas se cruzaran por unos breves segundos que, para mí, parecían una eternidad.

Los tres hombres al verme, salieron corriendo del cuarto y llegaron hasta la mitad de las escaleras que conectaban los dormitorios con el resto del… ¿palacio? Brinqué nuevamente y pude agarrarlo por el hombro, mientras sacaba una espada de mi cinturón y gritaba que nunca conseguirían lo que buscaban. Forcejeamos hasta llegar al cuarto nuevamente. Un escalón nos hizo tropezar y caer sobre mi cama, justo el lugar donde quería tenerlo en ese momento, porque claramente lo ponía en desventaja. Yo estaba sobre él y le apretaba el cuello con fuerza, mientras mi otra mano levantaba la espada para mandarlo al otro mundo con un solo movimiento.

Allí estábamos juntos de nuevo en esa cama que tenía tantos recuerdos, pero esta vez era diferente. Yo podía sentir el color rojo de mis mejillas que ardieron por el odio que le tenía. Allí estaba yo con la espada a pocos centímetros de su garganta debatiéndome entre el amor y el odio que sentía por él. Lo que él sentía no era muy diferente. Me odiaba de igual forma y no le interesaba lo que yo hiciera porque quería acabar con esos sentimientos. Me gritaba una y otra vez que lo matara y yo comencé a bajar la guardia ante su mirada.

Estando allí a punto de morir por mis manos me gritó que tenía años sufriendo por haberme amado y que nunca más volvería a hacerlo. Lo único que él quería era acabar con mi existencia y con cualquier rastro de mi paso por su vida. Mi corazón saltó nuevamente y una lágrima negra comenzó a rodar por mi mejilla al escuchar que pensaba exactamente lo mismo que yo. En un impulso, que no pude controlar, pose mis labios sobre los suyos para besarlo por última vez. Si ambos íbamos a morir, qué importaba hacerlo una vez más.

Quise besarlo con ternura para que supiera que yo aún lo seguía amando. Al juntar los labios pude escuchar claramente la pelea de mis guardias con sus compañeros, que en cualquier momento llegarían para matarme al ver que él estaba indefenso bajo mis piernas, y lo besé con fuerza… como si el mundo fuera acabar en ese momento, como si besarlo fuera la razón de toda mi existencia. Él intentó con todas sus fuerzas rechazarme. Yo podía sentir su la lucha interna porque era exactamente la misma que yo había tenido pocos segundos antes. Al final decidió ceder y me besó con una pasión que ambos desconocíamos hasta ese momento.

Le dije que lo amaba con un grito ahogado. Escuché un alboroto en la entrada del cuarto y sentí que algo frío me atravesaba desde la espalda a la altura del corazón. No entendí lo que pasaba hasta que vi su mirada. ¿Era tristeza lo que reflejaba? ¿Cómo podía estar triste si por fin estaríamos juntos? Las lágrimas comenzaron a salir de esos ojos que tanto amaba. Tomó mi rostro entre sus manos, acercó mi oído hasta sus labios y me dijo “Te amo. Nos veremos pronto”. Me apretó con fuerza contra su pecho y la espada, que pocos segundos antes había entrado por mi espalda, nos atravesó a ambos por la fuerza que llevaba.

Volteé para ver de quién era la mano que empuñaba la espada que me llevaría a mi último viaje hacia la eternidad junto a él y vi a mi padre, parado frente a la cama, con una mirada de odio que nunca le había dirigido ni a su peor enemigo.

Me voltee nuevamente para mirar al hombre que amaba y lo besé hasta sentir el frío de nuestros labios, el claro signo de que la vida se escapaba de nuestros cuerpos. Pocos segundos después, caí sobre su hombro. Allí quedamos los dos abrazados, con un amor renovado y una espada que nos atravesaba a la altura de nuestros corazones.

Si lo llego a ver alguna vez en la vida le diré que me enamoré desde la primera vez que soñé con él y que lo he soñado mil veces durante años.


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