jueves, 17 de febrero de 2011

Ella


Todos los días es la misma rutina. Ir a clases, trabajar, llegar a comer y ponerse a hablar con gente que no existe. Su vida es monótona y sedentaria, pero algunas veces sale de la rutina y se siente viva como nunca.

Empieza a disfrutar de todo y a ver las cosas con los ojos de alguien que ve por primera vez el mundo. Decide que es momento de vivir y de arriesgar todo lo que tiene. Lo que no sabía era que esos placeres de la vida no estaban destinados para ella; su vida siempre fue y será solitaria porque hay personas que no nacen para encontrar a su alma gemela o a alguien que los valore en realidad.

Un día creyó encontrar a esa persona por la que había esperado por tanto tiempo, pero muy tarde se dio cuenta de que él también  la abandonaría.

Mientras duró esa ilusión tenía más ganas de vivir que nadie que haya conocido. Era tan feliz que se le notaba en el exterior, irradiaba la felicidad e iluminaba a quienes la rodeaban.

Un día decidió salir a dar un paseo porque tenía mucho tiempo sin poder pensar mientras caminaba por las calles oscuras y frescas de la ciudad. Paró en un cruce de peatones y miró a una sola dirección. Al intentar cruzar para encontrarse con él sintió que algo la levantaba del suelo. Cayó sin previo aviso al asfalto golpeando todo su ser, pero nunca dejó de mirarlo allí parado al otro lado de la calle. La envolvió un sueño tan profundo que nunca logró despertar, pero fue feliz al saber que lo último que vio fue el amor en los ojos de él.

Ella me contó que le daba miedo morir. Pensaba que nadie iría a despedirla, pero en el fondo abrigaba la esperanza de que las personas que apreció y con las que compartió en vida aparecerían… ¡Nunca lo hicieron!

Murió sola en la calle porque él salió corriendo a buscar quien lo ayudara. Cuando la sepultaron, un día lluvioso de mayo, nadie asistió… nadie derramó una lágrima por ella, nadie dijo cosas bonitas, nadie se despidió. Se fue sola, como siempre había temido.



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